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A mi juicio, el espacio de T. V. a cargo del padre Dorronsoro, "Tiempo para creer", constituye uno de los programas más logrados de nuestro principal medio difusivo. Porque cosa difícil es un "espacio religioso" en Televisión. O se pasa, o no llega... De esto tenemos ya la experiencia. Otros intentos de "sección religiosa", a cargo de excelentes señores, fracasaron en la pequeña pantalla, bien por ñoñería o bien —y esto las mas de las veces— por un deseo de aperturismo excesivo y además, mal llevado. Recordemos por ejemplo la frase desdichada de un sacerdote que, en un día de la Inmaculada, en su deseo de buscar piropos nuevos para la Virgen María— sin duda el creía que para resultar más moderno hay que decir cosas como esa—, propuso que a la Virgen, Madre de Dios, se la llamara "Miss Universo". La ocurrencia no pudo resultar más cursi. (Como pedante y absurda la ocurrencia que el otro día leíamos en un periódico madrileño, cuando un articulista, muy seriamente, proclamaba que hay que "promocionar" a Cristo entre la juventud y la clase obrera. Como si Cristo fuese un concepto "subdesarrollado" ¡Promocionar a Cristo! Hay que tener cuidado con las palabras, hombre. El día menos pensado leeremos que hay que "estructurar" en nuevos "sectores" a Cristo...)
Bien: El padre Ángel Dorronsoro es un hombre de gran inteligencia. Sus charlas religiosas son al par, profundas y áticas. Tienen una unción sacerdotal —no hay sacerdote eficaz donde la unción religiosa y sobrenatural falta— y, al mismo tiempo, brotan impregnadas de una sabiduría que no se limita a ser cultura o a ser ciencia —con ser mucha la cultura y la ciencia del padre Dorronsoro—, porque arranca de hontanares más hondos. Realmente, la mayoría de los sabios y de los científicos de hoy —y que me perdonen— carecen de sabiduría. O, mejor decir, han renunciado voluntariamente a ella. Se renuncia a la sabiduría cuando se desiste de encontrar una concepción del mundo cuando no se articulan conocimientos y creencias en una cosmovisión, es decir, cuando vemos perfectamente cada cosa por separado y luego —por pereza, por comodidad o por soberbia— se rehuye la síntesis. Pero una ciencia o una cultura de estrictos conocimientos y de estrictas técnicas aboca a la confusión. Salomón dejó esta sentencia en el libro de la Sabiduría: "La sabiduría es más movible que todo movimiento; se difunde y penetra en todo por su pureza".
Estas gentes de ahora que temen que los descubrimientos de la ciencia vayan amilanando uno a uno a los dogmas y que por eso, madrugan en aperturismos absurdos, excesivos y a destiempo: esos escritores religiosos que quieren practicar al rosero de !la doctrina cristiana una operación de cirugía estética, sin darse cuenta de que así la doctrina cristiana va a quedar horrible: esos propulsores de una apologética nueva que se pasan en masa de Santo Tomás a Teilhard de Chardin, ahora que los últimos descubrimientos de la ciencia vienen a dar la razón de Dios, apenas pasan del tartamudeo ideológico. Nos encantan, por el contrario, las charlas del padre Dorronsoro que disimula su hondo saber, su preparación cultural extentísima, en unas intervenciones de tal sencillez que están al alcance de cualquiera. Tenemos oídos ya, los que hemos alcanzado la cincuentena, muchos "rollos' religiosos. Antes, estilo sermón, con exorcio, desarrollo y fervorín piadoso. Ahora, alguna vez, estilo contestatario, con exabrupto, desarrollo y fervorín sociológico. Pero en quien habla de Dios lo importante es que lo haga con fervor genuinamente religioso, con convicción, con sabiduría, con sencillez, con hondura. Y con espíritu sobrenatural. Huyendo al par de retóricas de escayola y de demagogias; distante, muy distante, de Fray Gerundio de Campazas, pero lejos, muy lejos del padre Torres, el cura suramericano guerrillero.
Las charlas del padre Ángel Dorronsoro en TV. E. tienen una claridad, una agilidad, una sutileza. Participan de las notas que Salomón asignaba a la sabiduría: movilidad y penetración. Infectos de la contaminación de toda la semana, ¡qué aire tan puro puede llegar a todos los hogares españoles todos los domingos, por obra y gracia del padre Dorronsoro! ¡Por Dios, no cierren ustedes los domingos su receptor de T. V. hasta después de oír al padre Dorronsoro!
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