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La igualdad de derechos de la mujer con respecto al hombre es una buena conquista. A nadie puede parecer mal que una fémina haga justicia en los tribunales, enseñe latín en las cátedras e incluso pilote un avión. Son ya cosas corrientes, bienvenidas y bien aceptadas. Sin embargo, la verdadera elegancia en la mujer consiste en no renunciar un ápice de la propia feminidad, es decir, en hacer compatible su profesión con su índole radicalmente distinta —psicológica y biológicamente— de la del hombre. De la misma manera que fumar no es falta en la mujer cuando lo hace de forma distinta que el hombre —otra manera de sostener el cigarrillo, otra forma de aspirar el humo, otra portura en fin— y sí lo es en cambio cuando fuma con el estilo de un carretero..., cabe decir también que cualquier ocupación o trabajo de los que hasta ahora desempeñó el varón puede acometerlos ella bajo la condición de que no deje de ser ella. Es decir, la mujer no puede perder su estilo. Porque —esta es la verdad— se trata de su mejor patrimonio. Preferible es la mujer con letras, pero más vale la mujer sin letras que las letras sin mujer.
Esto empiezan a ignorarlo ciertas jóvenes, sobre todo fuera de nuestro país, aunque como vamos incorporándonos al nivel europeo ya, nada tendría de extraño que empezásemos por integrarnos de lleno en el "mercado común de los usos y costumbres viciosos" antes aun que en el mercado común económico. Por lo pronto, parece que antes de colocar allende las fronteras nuestro excedente de naranja, nos apresuramos a colocar aquende todos los excedentes de pornografía más o menos sueca o más o menos norteamericana... Decía que muchas mujeres no saben que extirpada de ellas la feminidad, lo que resta importa menos. Y que si bien es loable su decisión de ejercer cualquiera de las profesiones que hasta no hace mucho les estuvieron vedadas, más importante todavía es que acierten a conservar su estilo propio, es decir, su sensibilidad, su modo de estar en la vida, su actitud moral, su "pose" psicológica.
¿La mujer no puede ser heroína? Sí; pero hay un paradigma de heroicidad para la mujer y otro para el hombre. Y no nos es lícito cambiar la naturaleza de las cosas. Hebbel cifraba el heroísmo masculino en el hacer y el femenino en el padecer. Un filósofo nuestro, español, dice esto más bellamente cuando escribe: "El hombre vale por lo que hace y la mujer por lo que es". Es nada menos que Ortega y Gasset quien habla así. El cual agrega: "De ahí que la profunda intervención femenina en la historia no necesite consistir en faenas, en actuaciones, sino en la inmóvil, serena presencia de su personalidad".
Pero cuan pocas son las mujeres que minusvalorizan ya la "inmóvil, serena presencia de su personalidad". Tienen un encanto radical en sí mismas —la Edad Media y luego el Renacimiento valoraron a la mujer por lo que era más que por lo que hacía— y se lanzan en no pocos lugares con desenfreno a asaltar cotas y a conseguir logros que no casan con su índole. He leído hace unos días en una revista que hay un sector de jóvenes americanas que renuncian al amor. ¿Por ascetismo? No, ¡por todo lo contrario! Estiman que la misma belleza estorba sus programas de rehabilitación social. Por eso no quieren enamorados, sino adeptos y seguidores. Por supuesto, éstas sí, fuman como carreteros. Y cuando toman en sus dedos un cigarrillo se advierte que no es el estilo sino el tabaco lo que les chifla.
Personalmente estimo —y por eso escribo para "Así" este artículo— que si las jóvenes cristianas no se deciden a acometer la empresa de la rehabilitación de estilo, y de la reconquista espiritual de la mujer, la causa femenina, la excelencia de la feminidad, se perderán. Porque morirán a manos, precisamente, del feminismo a ultranza.
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