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LA IGLESIA, CONCIERTO MUSICAL

Juan Pasquau Guerrero

en Revista «Así». 21 de diciembre de 1969. Primero conocer...

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Pablo VI encuentra siempre las palabras precisas. Y su precisión —arraigada en claros conceptos, no improvisada— tiene además una cali­dad de belleza. Diríase que Pablo VI cuida también el estilo cuando habla. Esto ya, de por sí, es otra lección suya. Lección en una época que descuida las formas y hasta hace alarde de prescindir de ellas. Estamos un poco hartos de esa "literatura de aluvión", hoy muy en boga: expresiones que quieren parecer "auténticas", a base, a veces, de ser vulgares.

Pues bien; Pablo VI ha dicho en una audiencia pública —en una de sus famosas audiencias de los miércoles en las que su Magisterio destila en­señanzas cuajadas de densidades—, ha dicho, repito: "La Iglesia es como un concierto musical; ni siquiera el más aristocrático instrumento puede tocar en una orquesta lo que quiera y como le plazca".

Porque sucede que estamos confundiendo el derecho a opinar con el derecho de Juan Palomo: "yo me lo guiso, yo me lo como". El cristia­nismo es una moral, pero sobre todo una doctrina: una concepción pecu­liar del mundo basada en la revelación. Entonces, hay puntos en que el arbitrio personal está obligado a inhibirse. Tanto estamos hablando de crisis de autoridad, que ya se la negamos inclusive al director de orquesta. Pero, ¿qué va a ser de la orquesta cuando nos decidamos a abolir la batuta? La Iglesia no es un conjunto: es un concierto. En el concierto, el acuerdo previo es indispensable. Cada instrumento, por selecto que pa­rezca, está supeditado a los demás. Pero es la "autoridad", en "servicio" del concierto, quien decide las atribuciones, los tiempos y los ritmos de cada ejecutante. Ningún ejecutante puede "sonar" cuando le venga en gana, "cuando lo quiera y como le plazca".

Del hecho cierto —no descubierto ahora, sino promulgado hace mu­chos siglos— de que la colegialidad de los obispos "bajo el Papa y con el Papa" usufructúa el derecho de autoridad en la Iglesia, hay quien deduce consecuencias peregrinas. No faltan quienes creen que el ponti­ficado de Roma está también en crisis. El sínodo de obispos reciente, al resaltar la colegialidad, ¿ha mermado acaso las atribuciones del Papa? De ninguna manera. ¿Acaso fortalecer los músculos del tórax o de la espalda significa, en un tratamiento terapéutico, la mengua del cerebro? ¿Favorecer la gimnasia de las piernas o de los brazos, va en deterioro de la "sustancia gris"? Nadie piensa que al tomar —por ejemplo— un tónico para el corazón, pretendemos emancipar al corazón convirtiéndolo a su vez en cerebro. Así, en la Iglesia, fomentar la colegialidad no es, en rigor, sino dotar de mejor instrumentación al Cuerpo Místico.

Cierto que algunos irresponsables abogan siempre —en esto como en todo— por un pasarse de rosca. Ciertos sensacionalismos de prensa, cier­tas demagogias, hacen pensar por lo menos en un despiste.

La Iglesia es un concierto musical. Un concierto implica, natural­mente, un "pluralismo". No emite, ello es obvio, Los mismos sonidos el violín que el saxofón. Ni suena igual el tambor que la flauta. Ahora bien: ni el saxofón, ni el violín ni la flauta pueden sonar, como en la fábula, "por casualidad". Sin director de orquesta que dirija, es decir, que dirija la "CASUALIDAD", el concierto se convierte en anarquía.