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El Amor, lo que se dice el Amor, es algo muy poco natural.
¿Hay propiamente Amor en la Naturaleza? ¿Aman las piedras, las plantas o los animales? Con el hombre surge el "eros"; pero el "eros" no es precisamente el Amor. El "eros" es una ansia por suplir lo que nos falta; en el fondo, el "eros" no es Amor, sino egoísmo. Nada más la vida sobrenatural —no la vida natural— trae al mundo el Amor. El Amor es Obra Personal de Cristo. Si antes de Cristo los filósofos, habían elucubrado, y a veces suspirado, por el Amor, la cosa no pasó de floral auspicio. Sólo el Hijo de Dios trae objetivamente —en indicativo y no en subjuntivo— el Amor al mundo. Un Amor que supera las estirpes platónicas del "eros", del "philio", para hacerse "ágape" cristiano, comunión, comunicación, reciprocidad, "caritas".
No hay fundamento para hablar de Amor —amor con mayúscula— si no se es cristiano. ¿Es que nuestros instintos naturales son propiamente amorosos? ¿Amar al prójimo es "condición" que nos es dada, como nos es dada la "condición" de tener dos ojos o dos brazos? No. El Amor lo puso Cristo en la Tierra. Y si no buscamos la raigambre sobrenatural graciosa, —esto es, procedente de la Gracia— del Amor, no hacemos sino andarnos por las ramas. El Amor es producto exclusivamente cristiano. Si alguien hay por ahí que ama y luego dice que no es cristiano, una de dos, o no ama, o es cristiano: cristiano sin saberlo. (Como aquel inefable señor Burdain que hablaba en prosa sin saberlo...)
Puesto que el Señor dijo: "En esto conoceréis que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros", resulta también que el Amor es para los cristianos un mandato. El hecho de ser hombre de la naturaleza, no implica causa para el amor. Pero el hecho de ser "hombre nuevo", es decir, hombre regenerado en virtud de la Pasión y Resurrección de Cristo, obliga al Amor. No hay cristiano si no hay amor. Es curioso; al hombre —como ser natural— el amor le es ajeno; pero al hombre, como cristiano, el amor le es cosa propia, específica, imprescindible. Así es que existe una diferencia abismal entre ser cristiano y no serlo. Considérenlo los humanismos de vanguardia. Querer conseguir un hombre con amor, sólo es posible cuando se cuenta con Cristo. Y esto no es una "consideración piadosa", esto es casi una verdad metafísica. El Amor no se encuentra en ningún análisis natural, no pertenece el Amor a la ciencia. Ni hay razón para encontrarlo de esa manera. Para encontrarlo, para hallarlo, hay que buscar más allá de la física, de la biología, de la historia misma. Lo absurdo es que pretendamos que los hombres tengan Amor poniendo entre paréntesis al autor exclusivo del Amor: a Dios. Eso sólo se le ocurre a un demonio, a un imbécil o a un ingenuo: a uno de esos ingenuos que, de "buena fe", renuncian a la fe. Que también desgraciadamente, los hay.
La Eucaristía es sustancia —no signo o figura— del Amor cristiano, del "ágape" cristiano. Es difícil el Amor y, por eso, se necesitó un "milagro" para traerlo, un milagro para conservarlo. El milagro de la Eucaristía. Humanamente, pensando la Eucaristía es un tremendo disparate; es algo que rebasa lo natural y lo corriente. Sólo es concebible la Eucaristía, presencia del Cuerpo y Sangre de Cristo para Alimento de los hombres, desde el punto de vista de Dios, no desde el punto de vista del hombre; esto es, desde el punto de vista del Amor y no desde el punto de vista del llamado sentido común. Un Dios a la medida del hombre no hubiera podido inventar la Eucaristía. Pero, para que el hombre se forjase un tanto a la medida de Dios, la Eucaristía es realidad. ¡Atención, porque hay quien confunde y trastorna! No se hizo Dios hombre sino para que el hombre —como dijo San Agustín— se hiciese en cierto modo Dios.
La Eucaristía es la prenda de Amor. Amor a Dios y Amor al hombre.
Porque, ¿nos podemos excusar de amar a Dios que se hace hombre por amor al hombre? Y, ¿nos podemos excusar de amar al hombre después de que Dios, hasta tal extremo ha amado al hombre? La Eucaristía es la palanca que nos eleva de la naturaleza a la Gracia.
Por eso, o el mundo se salva en la Eucaristía o no hay remedio para el mundo. Cualquiera que no sea cristiano puede poner en duda esto que acabo de recordar. Pero un cristiano, no sólo no puede dudarlo, sino que está obligado a ser testigo de esta Verdad. ¡Con quien un cristiano está auténtica e irrevocablemente comprometido es con la Eucaristía!
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