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Importa —importa mucho— el "fenómeno social" del aceitunero. En nuestra provincia se ha escrito bastante, hemos escrito todos mucho, acerca del olivo. La economía, la poesía, el folklore, la liturgia incluso, tienen en el olivo un buen tema. Pero, ¿y el aceitunero, qué?
El aceitunero —y por supuesto, la aceitunera— despiertan cada mañana, en nuestros campos, la sonrisa del alba. Porque el alba amanece seria y yerta. Pálida. No sonríe hasta que las aceituneras con su júbilo hondo, sus cantos, fuerzan la salida del sol y la música de los pájaros. El olivar se ha aquietado en la noche bajo la escarcha, y su silencio es patético como un gemido. Pero llegan los aceituneros al "tajo" y el aire, entonces, se hace aire de fiesta. ¿Fiesta? No será porque el trabajo es leve; no será porque los aceituneros vengan al olivar en viaje de placer; no será porque el hielo de las veredas no haya flagelado antes manos y pies y rostros y palabras. Pero la alegría sopla donde Dios quiere, y estos valerosos hermanos nuestros —estos hombres y mujeres del olivar— conservan todavía, impresa en lo hondo de sus vidas, una receptividad para la dicha original, prístina, no contaminada, que la naturaleza sólo la naturaleza sabe repartir. ¡Cuántas mañanas, nosotros, hombres de la ciudad, nos debatimos en el último sueño, alanceado de pesadillas, que precede al despertar! Pero ellos, los aceituneros, desperazados ya, pasan bulliciosos mientras, ante nuestra ventana y bajo nuestro balcón. Pasan desplegando la bandera de su afán, de su laboriosidad. Pasan alegras porque "van a trabajar". ¿Nos hemos puesto a pensar alguna vez en el drama íntimo de unos hombros que buena parte del año no encuentran trabajo; y en que, por eso, el trabajo hallado representa para ellos un placer? ¡Ah! Nuestro placer es el descanso. El descanso iluminado y adornado de diversiones... Y estos aceituneros se divierten pensando en el importe de un jornal, de unos jornales capaces de redimir necesidades familiares urgentes: los zapatos del niño, el abrigo de la moza, el jersey del chaval. Cuando no el pan nuestro de cada día, cada día regateado...
¿Por qué habíamos de ponernos lacrimógenos? Lo que va escrito no es para el fomento de la literatura sensiblera. Lo que va escrito es una realidad. Innumerables hombres de la provincia de Jaén viven mal todavía y su nivel económico no es, ni mucho menos, el deseable. La recolección de aceituna es una "ocasión" que se brinda a estas gentes —a estos hermanos nuestros, a estos hombres a los que estamos obligados a amar como nos amamos a nosotros mismos— para remediar un tanto su precaria situación. Ellos van, alegres y cantando al "tajo". Van contentos porque Dios lo quiere. Pero esta alegría debe avergonzarnos, debe sonrojarnos a muchos. A todos cuantos para estar contentos necesitamos no ya el pan cotidiano, sino el "más" cotidiano. A todos cuantos hacen posible la extrema pobreza con su extrema riqueza. A todos cuantos nos debatimos en el último sueño, torpedeado de pesadillas, mientras ellos caminan recibiendo en sus rostros el saludo del sol recién izado sobre las lomas, sobre los llanos...
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