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ACEITUNEROS

Juan Pasquau Guerrero

en Revista «Así». Nº 15. 26 de enero de 1969. Primero conocer...

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Importa —importa mucho— el "fenómeno social" del aceitunero. En nuestra provincia se ha escrito bas­tante, hemos escrito todos mucho, acerca del olivo. La economía, la poesía, el folklore, la liturgia incluso, tienen en el olivo un buen tema. Pero, ¿y el aceitunero, qué?

El aceitunero —y por supuesto, la aceitunera— despiertan cada mañana, en nuestros campos, la sonrisa del alba. Porque el alba amanece seria y yerta. Pálida. No sonríe hasta que las aceituneras con su júbilo hondo, sus cantos, fuerzan la salida del sol y la mú­sica de los pájaros. El olivar se ha aquietado en la no­che bajo la escarcha, y su silencio es patético como un gemido. Pero llegan los aceituneros al "tajo" y el aire, entonces, se hace aire de fiesta. ¿Fiesta? No será porque el trabajo es leve; no será porque los aceitune­ros vengan al olivar en viaje de placer; no será por­que el hielo de las veredas no haya flagelado antes manos y pies y rostros y palabras. Pero la alegría sopla donde Dios quiere, y estos valerosos hermanos nues­tros —estos hombres y mujeres del olivar— conservan todavía, impresa en lo hondo de sus vidas, una recep­tividad para la dicha original, prístina, no contaminada, que la naturaleza sólo la naturaleza sabe repartir. ¡Cuántas mañanas, nosotros, hombres de la ciudad, nos debatimos en el último sueño, alanceado de pesadillas, que precede al despertar! Pero ellos, los aceituneros, desperazados ya, pasan bulliciosos mientras, ante nues­tra ventana y bajo nuestro balcón. Pasan desplegando la bandera de su afán, de su laboriosidad. Pasan ale­gras porque "van a trabajar". ¿Nos hemos puesto a pensar alguna vez en el drama íntimo de unos hom­bros que buena parte del año no encuentran trabajo; y en que, por eso, el trabajo hallado representa para ellos un placer? ¡Ah! Nuestro placer es el descanso. El descanso iluminado y adornado de diversiones... Y estos aceituneros se divierten pensando en el importe de un jornal, de unos jornales capaces de redimir necesidades familiares urgentes: los zapatos del niño, el abrigo de la moza, el jersey del chaval. Cuando no el pan nuestro de cada día, cada día regateado...

¿Por qué habíamos de ponernos lacrimógenos? Lo que va escrito no es para el fomento de la literatura sensiblera. Lo que va escrito es una realidad. Innume­rables hombres de la provincia de Jaén viven mal to­davía y su nivel económico no es, ni mucho menos, el deseable. La recolección de aceituna es una "ocasión" que se brinda a estas gentes —a estos hermanos nues­tros, a estos hombres a los que estamos obligados a amar como nos amamos a nosotros mismos— para re­mediar un tanto su precaria situación. Ellos van, alegres y cantando al "tajo". Van contentos porque Dios lo quiere. Pero esta alegría debe avergonzarnos, debe sonrojarnos a muchos. A todos cuantos para estar con­tentos necesitamos no ya el pan cotidiano, sino el "más" cotidiano. A todos cuantos hacen posible la ex­trema pobreza con su extrema riqueza. A todos cuantos nos debatimos en el último sueño, torpedeado de pe­sadillas, mientras ellos caminan recibiendo en sus ros­tros el saludo del sol recién izado sobre las lomas, sobre los llanos...