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Cuando ponderamos la importancia de lo social o de lo comunitario, olvidamos frecuentemente la previa consideración de lo familiar. Y, ¿puede haber virtudes sociales cuando los familiares se degradan o se borran? No cabe duda de que la primera sociedad natural es la familia. También es la primera sociedad religiosa, fundada realmente por el mismo Dios. El cimiento, pues, de toda ordenación social en la familia se establece.
Pero en nuestros días los lazos familiares están en crisis. Los vínculos de la familia se verifican en una doble, mutua, corriente de amor. Amor compatible con la autoridad en los padres, y compatible con la obediencia en los hijos... Es lo que hoy se pone en tela de juicio. No conciben algunos la autoridad como nudo —precisamente como nudo— que asegura el enlace amoroso. Ni conciben la obediencia como garantía —precisamente como garantía— del buen orden y funcionamiento social y familiar. Vaya usted diciendo por ahí que el padre es, por derecho propio, el rector da la empresa familiar y, enseguida, le acusarán de paternalista. Hay extremismos que quisieran borrar del diccionario la palabra "padre". Ciertas versiones hi¬pertróficas de la llamada "dignidad humana" se declaran insolidarias con la tradición histórica que asigna desde la antigüedad clásica al "pater familias" los consabidos atributos de dirección, autoridad y consejo. No falta en nuestro tiempo la opinión que clama por el "padre aséptico" o por el "padre jubilado". Por lo visto —según tales criterios—, el padre, una vez cumplida la función procreadora, es un cesante, o poco más. Ya que, cumplida la función procreadora, se convierte en un representante del pasado. Y, ¿cómo se va a poder tolerar la autoridad y consejo de un representante del pasado en un mundo, en una sociedad, que tiene el encargo biológico y el encargo moral da caminar hacia adelante?
No; no faltan los sofismas. Y así la sociedad familiar es combatida en sus fundamentos más íntimos. No es una casualidad que —por ejemplo— se empiece a atacar la autoridad del Papa en la misma medida en que empieza a atacarse la autoridad del padre de familia. Son fenómenos paralelos de una misma raíz. Si en el seno de la familia no se cumplen las decisiones del padre, ello constituye un excelente entrenamiento para que, después, en el seno de la sociedad civil, el individuo se encuentre preparado para la rebelión política. Y, lo que es aún más grave para que en el seno de la comunidad religiosa, el hombre se sienta "dotado" para la infidelidad al Magisterio divino que la Iglesia encarna. Pero, ¿cómo puede existir una "fe" sin una "fidelidad"? No hay que remontarse demasiado en la genealogía etimológica para darse cuenta de que fidelidad y fe son una misma cosa.
Las virtudes familiares están en desuso, y así se envilece la palabra "paternal" y se ennoblece la palabra "rebeldía". Lo cierto es que tales ennoblecimientos y tales envilecimientos léxicos en cualquier parte pueden encontrar su origen menos en el Evangelio. San Lucas, al escribir de la Sagrada Familia, cuenta que Jesús vivía "sometido" a la Virgen y a San José. La virtud predominante de Cristo hasta que comienza su vida pública es la obediencia. Y, ¿no podía Cristo, en el seno familiar, haber argüido su tabla de derechos divinos frente a la autoridad de su Madre y de José? Hoy bastan los derechos de la "dignidad humana" como objeción válida a toda autoridad, a la de los padres inclusive. Sin embargo, a Cristo no bastaban los derechos de su "dignidad divina" para inducirle a actitudes insumisas en el taller del carpintero.
La cosa es significativa, da para meditar. La verdad es que el pasaje evangélico de la Sagrada Familia no tiene vuelta de hoja. Y como arrancar la hoja es imposible...
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