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No debemos andarnos con rodeos. Ni, como se dice, con cataplasmas... Vivimos una época de terrible crisis. Y la Fe es un valor que se derrumba, digámoslo claro, SE DERRUMBA, en muchas conciencias. Ante el hecho, cualquier optimismo o cualquier perífrasis suena a sofisma, hiede a emplasto.
¿Que si hay remedios? A mi entender —a mi modesto entender— hay uno y único: Adherirnos, agarrarnos, asirnos con desesperada esperanza a nuestra fe, los que creemos y decimos que aún tenemos fe. Eso es, por supuesto, todo lo contrario de lo preconizado por quienes, con más o menos eufemismos, enseñan que debe colgarse la fe, como una medalla que se traslada del pecho de un gigante al pecho de un enano, en la solapa del traje humanista que ciertos filósofos confeccionan para la Nueva Era. Contra la incredulidad no hay otro remedio que creer, y propagar la creencia, y misionar la creencia.
Buscar causas históricas a la incredulidad es saludable. Hacer, por ejemplo, la crítica de la fe de las generaciones anteriores y señalar como causa de la catástrofe de ahora las deficiencias de antes, es un ejercicio razonable, aunque muy cómodo. Pero nuestro ejercicio ineludible, no es la crítica de la fe, ni la crítica del amor, tal como la fe y el amor eran hace dos o cinco siglos. Nuestro ejercicio urgente es la Fe y el Amor. Y no una fe nueva o un amor nuevo, sino una Fe y un amor AHORA.
¿Me explico? ¿Se explica el seglar que esto escribe, metiéndose a lo mejor en "camisas de once varas"? Lo que quiero decir es que ser católico o ser cristiano ahora no significa, precisamente, innovar sino actualizar, es decir, convertir nuestra creencia en acto vibrante, gerente y militante. Es bueno renovar de vez en cuando el lienzo de la bandera, y si se quiere el asta de la bandera, pero lo importante no es el lienzo satinado sino el color y el signo de la bandera. ¿Qué podría decirse del soldado que aguarda un lienzo nuevo para empuñar la enseña patriótica? ¿Qué habrá que decir del cristiano que espera que repinten la cruz para enarbolar la Cruz?
En esta crisis de ahora, lo peor no será que nuestros antepasados se equivocaran al no concordar sus actos con sus creencias. Lo peor será qué nosotros nos equivoquemos, tropezando en otra o en la misma piedra. Pero no hay que involucrar. Si aquella fe no dio resultados, no hay que achacar la culpa a la fe sino a los hombres que la encarnaron. Por eso más que desconfiar de la fe habrá —piensa uno— que desconfiar de los hombres. Y mejor que repintar la cruz que hemos de llevar al hombro, será preparar el hombro. Y mejor que modificar la doctrina, será afinar la doctrina. Y más eficaz que la abdicación, grande o chica, será la asunción. Y más éxito que la componenda tendrá la firmeza...
Hay crisis de fe. Entonces hay quien piensa que va a hundirse la barca porque la barca no sirve o está gastada. Es la reacción natural. Pero contra la reacción natural, está la exhortación sobrenatural. La misma que esgrimió Cristo ante los primeros apóstoles: "Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?".
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