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La cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno ha cumplido cuatrocientos años de edad. Se fundó en 1577. Cuatro siglos enhebrando fervores de Úbeda, uniendo en el «memento» de la salida de la imagen de Nuestro Señor en la mañana del Viernes Santo a vivos y muertos —a cofrades de ayer, de ahora y de mañana— constituye una genuina comunión de Úbeda consigo misma y entraña (para las «personas», una a una) un temblor de espíritu que hace historia, que hace fe y que hace ética cristiana. Yo he dicho más de una vez que todo ubetense que a lo largo de su vida ha visto, al menos una vez, salir a Jesús Nazareno por la puerta de la «Consolada» de Santa María de los Reales Alcázares, está ya «licenciado» en ubetensismo. Y que es doctor —doctor en sabiduría ubedí, que es especial y ardiente sabiduría— todo ubetense que, además de ser ferviente de Jesús Nazareno, pertenece a cualquiera de las hermandades ubetenses de Semana Santa, con ciencia y conciencia de su «pertenencia».
Por eso este cuarto centenario es un suceso, es una conmemoración trascendente en la historia de la ciudad. En su júbilo participamos todos. Y todos queremos, para este tiempo, para esta época en que las verdades de verdad empiezan —según algunos— a desconcharse, un apiñado entusiasmo religioso, de fe proclamada, sentida y demostrada. No, no es en vano Úbeda. No es en vano esa maravillosa síntesis de teología y humanismo que plasma la plaza de Santa María. Nos sirven —sirven a Úbeda mucho— los cuatro siglos que respaldan firmes creencias y sirven de resguardo a una proyección cristiana que no cesa. Esta es nuestra ilusión, nuestra esperanza y nuestro propósito en este año de 1977. Esta es nuestra cálida emoción. Y si esto es «triunfalismo» —palabra con que muchos nos salen al encuentro para intentar degradarnos— lo siento mucho, pero así lo siento.
Desde hace treinta y tantos años llevo el pendón de la cofradía de Jesús Nazareno en la mañana del gran Viernes de la Redención, cuando Él, Jesús, va impartiendo su Amor y su Cruz por las calles abarrotadas de la ciudad. En este tiempo me vinieron tres hijos —ya talludos, ya hombres, ya conscientes— que han optado por seguir el camino de mi fe, de mi esperanza y de mi calidad nazarena. Desde los dos años visten la túnica de Jesús cada Semana Santa. Como me sucede a mí, sucede a miles de familias ubetenses, engarzadas en una o en otra cofradía. La Semana Santa fue, es y será el aglutinante mejor, más limpio, más «interclase», más auténtico de la ciudad. Lo repito, si se me replica que esto es «triunfalismo», lo siento mucho. Pero es lo que siento.
Juan PASQUAU
Pendón de la Muy Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno.
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