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Pues si Úbeda es «ciudad de Semana Santa» y si las conmemoraciones litúrgicas de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo aquí constituyen algo que contribuye a la constitución de Úbeda, a la estructura de Úbeda, todo se traduce en que Úbeda, por vocación, es ciudad religiosa. Entonces, siendo así, ello obliga a mucho y casi quiere decir que nuestro pueblo, no sólo en Semana Santa, sino todas las semanas del año, ha de tener estilo —forma y fondo— espiritual. Pero, por supuesto, tal cosa depende de los ubetenses. Las piedras de nuestros templos, los fondos monumentales, las tradiciones que están ahí, las procesiones son nada más la invitación a... continuar siendo. Pero la acción —la acción espiritual y cristiana y católica— es decisión de cada día.
Yo no vengo a «Gavellar» a predicar. No es mi profesión. Pero considero obligado repetir que todos hemos de ser consecuentes. Es emotiva —y surge arrancada del fondo— la lágrima que cada buen ubetense destila a la salida de Jesús, por la puerta de «La Consolada» de Santa María. Y ese rebullicio lírico que todos sentimos al oír las trompetas o el «Stabat Mater» de la Soledad, o el «Miserere» afianzan en todos nosotros una pureza y una limpieza lírica quizás olvidada o maltratada por el paso del tiempo. Los «momentos» de la Semana Santa nos sugieren eternidades, nos incitan a curar con fervores que nacen del corazón la mezquindad, el malhumor o la desazón de cada día. Todo eso es cierto, pero no podemos quedarnos ahí. Las emociones de la Semana Santa deben servirnos como mociones que levanten un propósito decidido de intensificación cristiana. Pienso que casi todos los que leen «Gavellar» son cofrades de alguna hermandad de Semana Santa. Y por eso hablo de esta manera, abundando en las ideas que se nos vuelven a decir muchas veces, pero que probablemente, por eso mismo, no les hacemos gran caso.
Es urgente. Muchas personas, poco adictas a las celebraciones de Semana Santa —a las procesiones, por ejemplo— acusan. Dicen que todo puede degenerar en un folklore. Al hablar así desvirtúan, exageran o no entienden. O no quieren entender. Pero es urgente —repito— que hagamos todo lo que es preciso, que hagamos todo aquello a lo que nuestra condición de cofrades ubetenses nos obliga, para evitar que algún día o alguna vez, de cerca o de lejos, los ataques estén justificados o más que justificados. Realmente, si Úbeda es «Ciudad de Semana Santa», todos los esfuerzos serán pocos para conseguir —de verdad y con fuerza— que el oleaje y la tormenta de una irreligiosidad patente que ahora asalta al mundo desde todos los frentes —desde el libro y desde el arte hasta la conversión cotidiana y la «nueva» costumbre— no hagan presa en nuestra ciudad. Claro que es difícil, dificilísimo. Claro que es empresa ardua salvaguardar a Úbeda de la ola. Pero a ello nos obliga el subtítulo «Úbeda, ciudad de Semana Santa».
Bien, bien... Lo que quiero decir es que como los capirotes nos los ajustamos a la cabeza, hay que pensar muy seriamente en cristiano. Muy seriamente y muy hondamente. Es a lo que nos presiona el penitente que nos ponemos encima —túnica, cíngulo y emblema pasional—; nos induce a que el penitente nos lo coloquemos, decididamente, también por dentro.
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