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Úbeda —su estilo lo manda— no cesa ni en su arte ni en sus artistas. Aquí los hay de toda índole y quizás por eso, entre nosotros, es raro encontrar, por ejemplo, un fotógrafo que en fotógrafo se haya quedado. Porque fotógrafo puede empezar cualquiera. Pero el «arte de la fotografía» —difícil— es una culminación, un logro egregio. He aquí a Felipe Romero, como ejemplo. Ejemplo de una constancia fiel a una inspiración. Años y años de trabajo inteligente (y esto es muy importante, porque no siempre el trabajo se alía con el talento y no siempre la inteligencia quiere trabajar) han conseguido para Felipe Romero una fama. Y esta exposición es como la antología de sus méritos.
Úbeda es sujeto y objeto del arte de Romero. Yo hablo con este hombre y ya su estilo vital, su manera, su «energía contenida», me muestran en su gesto y en su palabra a Úbeda. Entonces, si él lleva a Úbeda dentro, todos sus afanes —como lebreles— acechan las verdades, las bellezas y los ensueños de esta Úbeda de piedra y de carne, cuyos monumentos ratifican a sus hombres y cuyos hombres confirman la nobleza de su historia hecha palacio, templo, blasón, forja o fuente. Y todo, todo lo que constituye a Úbeda, todo lo que es de Úbeda, ha sido buscado, captado y puesto de manifiesto por el empeño del artista. Así Romero, convertido en colaborador de su pueblo, consigue con sus fotografías el realce de perfecciones olvidadas delante de las que pasamos posiblemente indiferentes cada día. Él, no. Él —nos lo ha declarado— se lanza cada mañana por las calles de Úbeda «como un cazador con su escopeta». Y es una auténtica caza menor su oficio de «cobrar» piezas insólitas —un frontón, una secreta ventana, una humilde calleja, un capital de patio monumental, una imposta de patizuelo ignoto, un historiado farol, un tejado, una hornacina—; piezas que añadir a la montería de sus propósitos ambiciosos: perspectivas de la ciudad, fachadas, composiciones, paisajes, como los que pueden admirarse en los murales y reproducciones de arte mayor que aquí también se exhiben.
En efecto, Felipe Romero «ataca» con su objetivo, y con su teleobjetivo, el vasto, complejo y plural encanto de la Úbeda secular. Y de la contemplación de sus monumentos pasa a la de su artesanía. Y a la de su actualidad. Y, por si fuera poco —también en esta exposición hay muestras de ello—, el artista supone e imagina para el futuro e intenta reconstruir (tal en las «puertas de Úbeda») realidades pretéritas. Creo que Felipe Romero está siempre retratando los tiempos, las posturas, los gestos, los deseos y hasta los guiños (cuando los hay) de su pueblo. Y es raro encontrar en él un fallo. ¡Qué empeño de tanta osadía el plasmado en las que él llama «fotografías injerto»! Hay que reconocer que hasta en eso consigue airosos resultados.
En fin, este artista abarca a Úbeda —a la Úbeda total— y luego la desmenuza. La ha mirado desde dentro y por afuera, de cerca, de lejos. Y siempre sus fotografías son fotografías de novio enamorado. Felipe Romero no se ha hartado, no se harta, no se hartará de cortejar, de piropear a su pueblo con su máquina. Con su máquina obediente a un espíritu. A un espíritu, más que a un mecanismo.
(Presentación de la reciente exposición fotográfica de Felipe Romero.)
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