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Diciembre, cara a la Navidad, tiene en Úbeda, como en todas partes, la amable función de prepararnos, de poner a punto la cordialidad. Este año los acontecimientos nacionales han traído un matiz de una parte doloroso, de otra esperanzador. Nuestra patria ha vivido días trascendentes. La memoria de Franco —que no puede ser, que no es simple recuerdo, sino vivencia formativa del ser de España— y la proclamación de Juan Carlos I —júbilo de banderas, de clarines y de limpios propósitos—, escoltan (por así decirlo) el «curso» de este diciembre, impregnado de expectación; es decir, de advientos litúrgicos, y también, entre nosotros, de advientos políticos. Digo que Úbeda ha vivido un estar doloroso, sereno e ilusionado al par ante los eventos nacionales. Y que, al llegar Navidad, los deseos de convivencia, de fraternidad cristiana, de concordia, anudan y refuerzan su eficacia en la coyuntura de este momento importantísimo.
En otros aspectos, el cielo sigue despejado, límpido, en impecable azul. Esto solivianta e inquieta porque el campo —seco— ha recibido tan poca lluvia, que no llega a la precisa, indispensable para «ir tirando». Es curioso. Desde hace unos años en estas latitudes sólo llueve a ratos. ¿Dónde fueron aquellos temporales de antaño? Cualquier noviembre pasado fue mejor, diremos parafraseando el decir famoso.
En fin, el pintoresquismo de Úbeda —ya tan precario, porque casticismo queda poco en todas partes, a pesar de las efímeras resurrecciones, más bien falsas, que los folkloristas desearían acusar— promovía en estas fechas, próximas a la Navidad, los «ritos» de la recolección de aceituna —canciones en el amanecer, trajín de «cuadrillas» y recuas, súbitos enamoramientos de Valdeolivas y del Arroyo del Val, botifueras, etc.—; todo eso ha desaparecido hace ya tiempo. Recuerdo aquella letra que allá por los años treinta puso don Alfonso Higueras a la música zarzuelera del coro de «Las segadoras». Decía: «Aceituneras, con su esportilla —por las cañadas, una por una—, van recogiendo las aceitunas — ¡Ayá, ay, ay, ay — ¡qué trabajo es el trabajar! — agacharse y volverse a agachar — tiritando de frío y humedad...», etc.
A propósito de don Alfonso Higueras, ¡qué inteligente, cordialísimo, prodigioso consejero tuvo Úbeda durante mucho tiempo! Era un hombre cuyo humor de la más egregia estirpe intelectual se enraizaba, al mismo tiempo, en ubetensismo de la mejor ley. En don Alfonso se cumplía aquello de que el universalismo se muestra partiendo de un ardiente, fervoroso, localismo. Así es que —por emplear una palabra de ahora— yo diría que don Alfonso Higueras era «europeísta», a fuerza de ahondar en su ubetensismo. Al contrario de esos «ecuménicos» de boquilla, pululantes, proliferantes y algo estúpidos, que hoy quieren demostrar su inteligencia echando mano, como primera providencia, de una pedantería. Los pedantes lo primero que procuran es borrar la huella de sus primeros pasos, renunciar a su primigenia calidad, no acordarse del campanario de la iglesia de su pueblo y de sus primeros amigos. Reconozcamos que en Úbeda no hay gente así. En Úbeda no hay pedantes. Ahora que ha sido el día del emigrante yo lanzo mi saludo desde esta página a los muchos emigrantes de Úbeda que tan dentro llevan y tan profundo sienten a su pueblo: que manifiestan con calor su entrañable afecto a esta ciudad, de una fisonomía tan específica y tan fuerte que imprime carácter a todos sus hombres. Todos los ubetenses —pienso yo ahora— pueden ser, como don Alfonso Higueras, un poco «universalistas» o «europeos», por el vigor que proporciona a sus espíritus su talante ubetensista. ¡Ah, por algo Úbeda es presentada por el Consejo de Europa, en el Año Internacional de Arquitectura, como «realización ejemplar»! ¡Qué bonito es el lema del Año Internacional de Arquitectura! Dice: «Buscar un futuro al pasado». Pienso que todos los ubetenses estamos comprometidos con el lema. Todos estamos obligados a rejuvenecer el pasado, dando al futuro un carácter en el que la historia se equilibre con el afán.
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