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Ha venido a Úbeda recientemente, en este enero casi calenturiento, sin nubes, sin escarchas, sin nieve, sin carámbanos; ha venido a Úbeda —repito— el Ministro de Información y Turismo, don León Herrera. Ha venido y ha estado. Es decir, ha venido y su paso ha dejado huella. Es lo que importa. Magnífica la recepción en el Palacio de las Cadenas. Fue el día 26. El Alcalde, emocionado, hizo la loa del Ministro y la alabanza de Úbeda. Por supuesto, hay motivo para ambos encomios. El señor Fernández Peña no se inventó los elogios. Hay materia. Ensamblan muy bien Úbeda y el Ministro. Este nos regaló un ágil, sutil, sugerente, yo diría que «precioso» discurso. Precioso en continente y contenido. Nuestro Alcalde cumplió fervorosamente su oficio, su misión, de pedir. Ante muchos buenos ubetenses congregados en el salón de actos del Ayuntamiento solicitó la concesión de Parador Nacional de Turismo, que sería instalado en el actual Hospital de Santiago, previas las adaptaciones, obras y habilitaciones oportunas. No pidió la Luna, porque la pretensión es lógica y casi obligada, dado que las funciones que cumple el Hospital actual van a ser atendidas, superadas, magnificadas por la Residencia Sanitaria de la Seguridad Social próxima a inaugurarse. Pero quedará el edificio vacante. Y entonces no puede quedar en situación de cesante. Su índole monumental, su grandeza, su prestancia, exigen esta otra nobilísima dedicación.
El señor Herrera Esteban en su discurso prometió al Alcalde a este respecto todo lo que en aquel momento él podía prometer. Se veía en sus palabras de afecto, de interés, de admiración a Úbeda que no «contestaba» simplemente a una petición. Se veía que hacía suyo, enteramente suyo, el deseo del Alcalde con referencia al destino de nuestro edificio del Hospital. Entonces deducimos, tenemos que deducir, que el deseo de un Ministro no es un simple deseo. Herrera Esteban —lo recordó en sus palabras— no nació en Úbeda; pero dos bisabuelos suyos y sus cuatro abuelos eran ubetenses. Es un dato. Es un dato, porque los imperativos de la sangre se unen en don León a los deseos del Alcalde y a los méritos de Úbeda. Siempre que se oye a Herrera Esteban —y todos los españoles le han oído ya— se advierte que sus expresiones enlazan ideas, propósitos, sentimientos. Un hombre de acción que piensa y siente, que vive al borde del tiempo sin dejar de mirar a la honda profundidad esencial. Esto es don León Herrera, y diciéndolo no lo descubrimos, no lo presentamos. ¡Faltaba más! Está descubierto y presente. Pero era mejor, fue una satisfacción para todos, verle en el sillón que han ocupado todos los Alcaldes de Úbeda desde hace siglos. Úbeda le aplaudió rotundamente, jubilosa y con ardor...
Luego se han sucedido otras visitas importantes. Por ejemplo, la del Subdirector del Museo del Prado, don Joaquín de la Puente; el Director del Instituto Central de Restauración, don Graciano Perales, y el Gerente de Restauraciones, don Gonzalo Macarrón. Dieron su ilustre dictamen acerca de las restauraciones que se llevarán a cabo en una de las salas del Palacio de las Cadenas. Nos referimos a unos valiosos frescos recientemente descubiertos. Se efectuarán muy pronto. Y Úbeda tendrá unos méritos más que mostrar. Por cierto que el Ayuntamiento ha recibido una felicitación expresa de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando por el acierto, buen gusto y esmero con que se llevan a cabo las obras de los bajos y sótanos del Ayuntamiento. Ya en parte se habilitan para nobles menesteres. Parece pasión. No lo es. Yo busco adjetivos para Úbeda y para las cosas que, en el aspecto monumental, se hacen en Úbeda, conservando, mejorando y proyectando. ¿Es triunfalismo? Creo que no. Porque son los visitantes los que hacen con sus elogios, con sus adjetivos, que Úbeda se nos suba a la cabeza. ¿Se nos sube Úbeda a la cabeza? Claro; en el mejor sentido de la palabra se nos sube. Para ponerse en su sitio. Úbeda es para iluminar por dentro y por arriba. Todos estos hombres que vienen a mirarla y a admirarla —¡y cada día son más!— nos incitan a quererla con más ahínco.
Pero, amigos, ¡a cuánto nos obliga este cariño al pueblo que nos vio nacer! Este cariño, este amor, es una responsabilidad. Nos está pidiendo que no descansemos, que nos alcemos en renovado afán. Úbeda se contempla. Pero no para quedarse con la contemplación. Lo que nos gusta de ella no es para que simplemente agotemos la degustación. Es para lanzarnos a conquistas nuevas y difíciles. Pienso ahora —por ejemplo—, en que esta Úbeda excelente, esta Úbeda magnífica, es la casa de todos los ubetenses. De los que están aquí y de los que viven fuera. Sucede que muchos de los que viven fuera quieren volver. Hay que hacerles sitio holgado a todos. Que la nostalgia de los que están lejos no se eternice. Que vuelvan, ¡que haya Úbeda para todos! Y, por Dios, que nadie más tenga que irse. Por eso la contemplación de Úbeda la bella nos obliga mucho y en muchas cosas. Y otro día —Dios mediante— seguiremos.
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