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[ Septiembre para recuperar el paso]

Juan Pasquau Guerrero

en Gavellar. N.° 9 y 10. Agosto y septiembre de 1974. Carta de Úbeda

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Septiembre es para recuperar el paso tras la desbandada estival. Las tardes de septiembre matizan el ocaso de un oro color naranja. Pero ¿es que hay oros color naranja? Yo los veo, al declinar el día, acariciando de soslayo a las espadañas de Santa María y, de frente, a la fachada de El Salvador; las tardes de septiembre tienen una melancolía vendimial. Adolecen de una levísima tristeza nada más insinuada. Tan leve —tan fina— que es una tristeza que no da color sino placer. En las tardes de la Novena de la Virgen todavía hace mucho calor y, sin embargo... por el «Arroyo de Santa María» sube una brisa suave que arranca las primeras hojas —dos, tres, cinco— a los árboles que han quedado en la plaza de Vázquez de Molina. Dentro, en la iglesia, suena el viento polifónico —con fuerza de ópera— del «Himno de la Virgen de Guadalupe». Este año el «solo» lo ha cantado nuestro gran Andrés Fuentes: «Siempre, siempre, la invicta Patrona fue del mundo esperanza y corona.» Se remansan recuerdos, reflorecen infancias al conjuro de la letra piadosa e ingenua del cántico. Letra envuelta de ese maravilloso atuendo musical con que vestía don Victoriano García los mejores momentos de Úbeda. Y todavía quedan viejecitas que van con catre a la novena. Pero hasta mediados de septiembre van también a ver a la Virgen de Guadalupe —primero a Santa María y luego al Hospital— infinidad de muchachas jovencísimas y guapísimas. (No puede desconocerse. La geografía ofrece rodales de terreno o «manchones» abundosos de olivos, de espinos o de... espárragos, como quieran ustedes. Pero también hay terrenos en que salen las guapas a manojillos. Y eso pasa en Úbeda. Eso sucedía cuando la vieja del catre de la novena tenía veinte años, eso sucede ahora y eso sucederá cuando esté ya arrugado el rostro y marchito el rosal del pecho de la mocica que este año enciende sus ojos en la plegaria ante la Patrona.)

Luego se llevan a la Virgen y septiembre madura cada tarde un poquito más. Y se empieza a saber quién va a torear en la feria. Y acontece el 15 de septiembre y los colegiales se reintegran al colegio. Y el día menos pensado al atarceder se pone un poquitín lívido y del Este sopla un viento seco; pero en la lejanía se emborrasca la sierra de Cazorla y al anochecer se divisan los relámpagos. Y así nos plantamos en las vísperas de San Miguel.

La feria. Úbeda la recibe contenta, pero quizá sin presumir demasiado. Sin presumir demasiado de feria. ¿Para qué? Al fin y al cabo la feria sucede en todas partes y antes o después viene a todos los pueblos. A Úbeda viene casi al final, como si la ciudad la hubiese ido aplazando, como si no tuviese prisa. Y, no obstante, cuando salen el 28 de septiembre los gigantes y el campanón de la torre del reloj deja oír su pulso de siglos —¡tamm... tamm... tamm!— hay un alboroto callejero: hay una movilización general. Y los señores que ya han cumplido los setenta hablan de aquella feria de 1917 en que torearon «Gallo, Gallito y Belmonte». Y los de sesenta años hablan de la feria en que siendo Alcalde don Baltasar Lara fue encarcelado Vicente Barrera por negarse a enfrentarse con un «villamarte». Y los de cincuenta años recuerdan una corrida de «Manolete» y Arruza.

Mientras los jóvenes, en lugar de enredarse en recuerdos, miran perpendicularmente el porvenir y todo se vuelve para ellos intenso, y se levantan ilusiones. ¡Mil claveles preparados, cinco mil claveles apuntaron para que ellas los lleven prendidos en nuestro San Miguel 1974! La reina de la Fiesta de la Poesía y su Corte de Amor dan brillo a su belleza. ¿Más brillo aún? Y es que las guapas saben que siempre se puede estar más guapa cuando se es guapa.

Y Úbeda, que es una bella y bonita ciudad, tampoco lo ignora. Úbeda está cada día mejor porque ya es; porque ya tiene. Y más tendrá quien más tiene. Vamos a ponernos contentos del todo porque este pueblo que descubre en los sótanos de sus palacios —como acaba de suceder en el de las Cadenas— vestigios de arte, reliquias de historia, frescuras de tradición estimulante— se siente al par potente y lúcido para venturas, aventuras, empresas y fervores que aguardan la decisión, el empuje, el entusiasmo y el renovado anhelo de los ubetenses. ¡Qué bonito pensar que puede mirarse al ayer en función del mañana y al mañana en conjunción con el ayer!

¿Por qué hay gente que nada más cree en el hoy? El hoy es una lámina de nada. En las tardes doradas de septiembre, con lumbres de naranja en las espadañas y en las cúpulas de Úbeda. Úbeda sugiere perennidades sobre el tiempo voluble que cabrillea sobre las grímpolas y banderitas de la iluminación de la feria.

Y cuando pase la feria y empiece a soplar el ábrego, todo será de una tristeza añorante y fértil. Por también cabe fertilidad en la tristeza cuando sabe contenerse en limpia melancolía, sin desencuadernarse en malhumores sombríos.