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Quisiéramos divagar un poco sobre los libros. Es este un tema siempre grato. No nos pongamos cursiloncetes, sin embargo, hablando otra vez de la poca estima que, en el mundo, existe hacia el libro, hacia el "mejor amigo". La verdad es que se escriben muchos libros, y que se leen bastantes. Hay más escritores y más lectores que nunca. Y hay libros para todos los gustos, de cualquier especie y para cualquier especialidad.
Y éste, precisamente, es el inconveniente. Sí, es el inconveniente. No el libro, sino el buen libro. Como cada uno encuentra el libro a su medida, con arreglo a sus gustos, a sus preferencias, a sus aficiones, como cada uno da con el libro que le conviene, en el que va a leer lo que el quiere que el libro diga; como las editoriales sirven a cada quisque el volumen que "alguien ha escrito para él", casi toda la eficiencia del libro se ha perdido.
Los buenos libros -cree uno- tienen la desventaja de que no aquietan, sino que inquietan. Pasa como con las películas cinematográficas. La gente va al cine a divertirse, no quiere cintas que le planteen problemas. De la misma manera, la gente lee para distraerse, para pasar un rato agradable; para afianzarse, a lo más, en sus personales criterios. Por eso un notario -y Dios nos libre de formular ésta o la otra aserción, sin hacer las salvedades, en cada caso obligadas- desprecia a Azorín aunque se entusiasme con Zane Grey. Y a un banquero no le pasa por las mientes encararse con un Mauriac... Y un poeta, detesta los textos del "Derecho Romano".
Los literatos, no son leídos sino por los literatos. Y los libros de técnica, a penas son leídos si no es por los técnicos. Y los poetas, por los poetas. Y los filósofos, por los filósofos... Este es el error. Así se producen esos hombres de "una sola pieza" de los que donosamente se reía Molière. Todo el mundo va a leer unicamente el libro que le "conviene". El que no le conviene en realidad, puesto que el hombre orientado en una sola dirección, el encajado entre falibilidades indestructibles, el bienquisto en unilaterales prejuicios, no es ni siquiera hombre. Lo que hacen los libros que le "gustan", es obliterarle más, cerrarle más, impermeabilizarle más.
El libro bueno para cada uno es, quizás el libro que cuesta trabajo leer, el que exige una paciente disposición del ánimo para digerirlo. Será sin duda el que complete nuestra formación y suministre ingredientes para estructurar una Cultura que por su carácter de tal no ha de estar a disposición de nuestros deseos, sino precisamente al contrario.
Una cultura que nos haga conscientes de lo que nos falta, en lugar de abundar en lo que probablemente nos sobra. Que maravilloso ejercicio de humildad -de sabiduría-, para un economista, la lectura de un poeta. Y, que estupendo síntoma de comprensión nos brindaría un técnico enfrascado en un tratado de filosofía.
Comprensión. Salió la palabra. Comprensión es eso que a todos nos falta. Porque no carecemos de virtudes, no carecemos de vicios, no carecemos de nada. Pero está ausente de nosotros la comprensión. Y los libros están ahí en los escaparates, para acercarnos, para trazar caminos accesibles. Están mostrándonos el esfuerzo de quienes tienen preocupaciones distintas a las nuestras. Ellos pueden lograr, lo que no logramos los unos de los otros. Pero hay que leerlos. Hay que leerlos aunque no nos gusten, o precisamente porque no nos gustan.
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