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Pensar es operación luminosa, casi gozosа; pero cavilar no es ya tan saludable. El pensamiento esclarece, pero la cavilación pone una sombra en la0 frente. En lo que a la inspección intima sе refiere, es bueno que cada, hombre se mire adentro. Pero ¿hasta qué ponto hemos de ser profundos en este sentido?
Tema incitante: la hondura. Hay en la profundidad zonas tremendamente oscuras. La psicología, de Freud acá, pretendió actuar de linterna para poder caminar a lo largo de las abisales galerías, de las criptas recónditas. Pero cada momentáneo atisbo descubre honduras nuevas. Es inútil. El centro del hombre es tan desconocido como el centro de la Tierra.
Hay que sospechar, no obstante, que el centro —precisamente el centro— no es en el hombre lo más interesante. La misma subconsciencia no paso de subsuelo. Subsuelo en que se asienta la personalidad. ¿Y acaso la vida del hombre articula en la subconsciencia sus funciones esenciales? Ni la libertad, ni el pensamiento, ni la fe, habitan en el fondo. Más bien arborecen en la superficie. Lo exterior, mejor que lo interior, nos define. Existe un caos confuso y atávico de deseos sin forma, que es "especie": como pugna una geología descomunal, bajo la corteza terrestre, que es "astro". Pero nada aclararía diciendo que la Tierra es un astro, lo específico de ella es lo que vemos afuera, no lo que duerme en la ciega hondura, indistinta. Lo que la caracteriza es lo que "añade" al astro. El "mas", que diría Picard.
¡Ah, el hombre! A veces empieza a cavar ingenuamente en sí mismo, a cavilar. Error. Muy dentro, ¿qué vа a encontrar, sino... astro? ¿Busca espíritu? El espíritu no es piedra que se arranca de la cantera, sino aire y luz, atmósfera vivificante. Afuera —no en la mina— sopla la brisa que pone un frescor a las potencias. Afuera llueve, y calienta el sol, y concibe la tierra generosa, y se oye el viento. Afuera el hombre es hombre. Pero... ¿dentro? Los senos biológicos del hombre aparecen como mera zoología, apenas se diferencian de los senos biológicos del caballo. No hay que descender s ellos en busca de consejo. Es en la zona expuesta a la luz y al acontecer de cada jornada donde pensamiento y acción florecen, donde las ideas rotulan en visible lógica el paisaje vital, donde la roca hostil se cubre de prado verde. El "ecúmeno personal'' del hombre, el mundo habitado de espíritu y gobernado por la razón, es, rigurosamente, un mundo "superficial". Pueden escandalizarse los fanáticos de lo profundo que excavan galerías interminables hasta topar sádicos los pozos de la angustia. Pueden rasgarse las vestiduras los santones profesionales del tenebrismo, que a tientas buscan su dios en el arcano de su entraña. En verdad Dios está fuera, y el hombre ha de "salir" a su encuentro. Como que sólo el misterio de Él cuenta para poder aclarar un día los enigmas del misterio personal de cada uno. Empero, cuando el hombre se sume, se encierra en su concha, cuando se hace kafkiano, queda sin protección, orgulloso e impotente dentro de su fortaleza sitiada.
Buena regia para el pensar el cuidar la vista. Es decir, que el conocimiento aporte figuras y cosas —orden— a la mente: que las sensaciones y las ideas que del exterior nos llegan corrijan y aplaquen y domen el magma interno. Los ojos están por algo debajo de la frente. El pensamiento se convertiría a lo subrepticio, a lo onírico, sin el freno de la objetividad que la mirada implica. Mirar siempre hacia dentro da vértigo. Mejor es mirar arriba. Las estrellas no don vértigo. Yo no sé si el pensamiento, si el arte, si la filosofía de nuestro tiempo han optado por arrancarse los ojos. Desde luego, el tema artístico no está, ya en casi ningún caso fuera del artista, ha escrito Pretorius. Quien, generalizando más, ha dicho: "El yo realiza todos sus viajes dentro de su propia casa..."
¿Qué vamos a esperar de todo esto? Es curioso: cuando la técnica va a alcanzar la Luna, a ciertos pensadores acomete la manía espeleológica. Afuera, la creación esplende y el Creador aguarda el tributo. Afuera, la tierra de labor que demanda el cultivo, la palabra que quiere ser escuchada. Y, sin embargo, el hombre "profundo" prefiere la caverna y atiende al grito. Grito inarticulado, que ignora el verbo...
Si el pensamiento es casi una oración, la cavilación obstinada es casi un pecado.
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