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Hay algo de humilde en los pies, por muy bien calzados que estén. Siempre los pies son los… "frívolos viajeros". Verlaine acertaba. Cómplices inevitables de todas nuestras andanzas, queda necesariamente en ellos la reliquia de los buenos pasos, de los malos pasos. El poder ejecutivo de los actos del hombre en las manos y en los pies reside. Por eso su unción en el trance extremo. Frívolos viajeros, indefectibles mandatarios; pero su misma condición les redime. Hay algo de humilde en los pies, por muy bien calzados que estén. En nuestra anatomía, al otro extremo de la cabeza, los pies en contacto perenne con la tierra no necesitan de la admonición, del "Memento homo..." Polvo somos y los pies no pueden olvidarlo. De otra parte, ¡qué poca variedad! Mirar los pies, siempre caminando a ras del suelo, contribuye a vislumbrar un auténtico nivel de igualdad. ¿Verdad, "limpia" amigo, que cualquier personalidad se abate al llegar a les pies? ¡Qué pocos pies originales existen!
¡Ah; pero el "limpia" eleva! Se sienta en su taburete, saca su caja de betún y su cepillo mientras, un poco indolentemente, uno se reclina en la pared o en el mostrador del bar. Son unos minutos. De pronto, efímeramente, uno no siente vergüenza de los pies. Porque, ¡cómo disimula el charol! Concluido el servicio, comienza la levitación de la jornada. El brillo del calzado, ¿no es un aislante? Sin polvo o barro en el zapato, ya somos más señores. Señores de nosotros mismos. Nosotros mismos convencemos a los pies de su parentesco con la cabeza. No es tan "opuesta" la cabeza. Su orgullo no debe perderse en la altura. Hasta es preciso estimularla, adoctrinarla un tanto con el ejemplo:
—Mirad, pensamientos, nada es irremediable. Aprended, pensamientos; miraos en el espejo de los zapatos.
Porque a las ideas, tan altas, también les salpica el barro. Y no sé qué opacidad mate apaga en tristezas el pensamiento. Luego, los pensamientos están formando maraña en el cerebro. Todos estamos hechos un lío. Siempre, pero sobre todo ahora. Ahora que hay tanta materia prima para la función de pensar. Y tan poco betún para abrillantar de buena lógica —¿se acuerdan ustedes de la lógica?— los conceptos. Una hora apresurada. Nadie da charol a sus juicios. Son muchas las opiniones que uno tiene que calzar. No da tiempo. Camina uno por ahí con las convicciones destalonadas...
—El señor está servido.
—Muchas gracias.
El "limpia" se lleva unas monedas. Y su libertad. Va diciendo una canción. Retirado el taburete, el caballero —de pronto sólo en la ciudad tras su breve charla con el hombre de la chaquetilla azul— queda un instante indeciso. A su lado, una linda muchacha pasa taconeando firme. Luego, un joven viene mostrando su rostro audaz como una bandera. Después desfilan dos sonrisas unidas. Detrás, un señor trae enjaezada en su rostro una arrogancia. ¿De verdad que todo el mundo está hecho un lío? El caballero desciende la vista a su calzado exultante de irónico, renovado fulgor.
Y vuelve el caminar. ¡Otra vez a la andadura, oh "frívolos viajeros"!
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